" Texto presentado al primer concurso de Cuentos de Terror de Toledo para Rutas de Toledo"
Bueno, como no hay mejor tontá que escribir un poco de ficción y fantasía, he decidido inscribirme en este estupendo concurso. El premio no es que me valla a llevar por los caminos de la opulencia, pero el simple reconocimiento ya es más que suficiente. Además si soy capaz de arrancarles algún que otro malestar estomacal, entremezclado con una sonrisa, pues ya habré cumplido mi objetivo.
Qué lo disfruten.
No
Blasfemes al Aire
Algo
Podría Oírlo
De como hemos cuidar de
despertar los bichos del inframundo e mucho menos burlarnos de ellos
y como las vidas relajadas acaban a menudo perdidas y en tragedia.
Aquella
noche ventosa de otoño, en la que la Luna brillaba por su ausencia,
las callejuelas del medievo traían un dulce aroma a frescura y
humedad de la tormenta de la tarde y las estrellas brillaban
espléndidas, arrojando una luz fría y sepulcral que contrastaba
armoniosamente con la pálida y cálida luz amarilla que emergía de
los candiles de las cruces antiduelo que asaltaban desde las tapias
de las múltiples iglesias que jalonaban la ciudad, con la esperanza
de que los galanes, de labio rápido, mordaz y ego subido a costa del
vino, no osaran batirse bajo la luz de la iglesia y la cruz del
Señor.
Precisamente
dos fornidos mozos tocados con sombrero, capa y espada en ristre,
siempre presta a la vendetta y la disputa, bajaban por el callejón
del diablo, después de recorrer sus tabernas favoritas, mesones y
lupanares. Habían degustado esa noche todos los placeres de la vida,
el mal vino y las mujeres hermosas, o no tanto, porque ya saben que
el vino hace milagros.
Mientras
bajaban por la silenciosa, oscura, estrecha y desierta callejuela,
maldiciendo su suerte y al malandrín que osó empedrar esas calles
con tan resbaladiza piedra, untada en todas sus formas de bosta de
burro, vaca y otros rumiantes a la vez que sumergían sus botas en
algún que otro charco de orín, decidieron parar para poder así
maldecir a gusto y evitar caer entre tanta inmundicia por algún
resbalón agravado por la cogorza que pacientemente se habían
agarrado.
Lo
cierto es que aquella estúpida noche, en la que las calles traían
el húmedo olor del estiércol, y de las cuadras brotaban profundos
efluvios que sus adormecidos sentidos no podían captar, esta pareja
de necios, que entre los dos valían menos que un rebuscador de
garulla, siempre dispuestos a la bronca y la camorra: maldijeron tan
alto y fueron tal las blasfemias que surgieron de sus avinagrados
labios y de sus podridos dientes de hereje, que algo en los mas
profundo de los basamentos de la ciudad, se despertó irritado para
darles caza.
Mientras
nuestros dos herejes blasfemaban y se abrazaban en un vano intento de
no caer y a la vez decidían en cual de las múltiples posadas
acabarían de regar sus estómagos con algún vino aguado y sin
sabor; un antiguo ser se despertaba. En lo profundo de las
laberínticas y sórdidas cuevas, oscuras criptas, y tétricos
sótanos olvidados, que recorren los cimientos de la ciudad de las
ciencias ocultas y la nigromancia, un golem cobró carne y vida. De
los antiguos conocimientos de un alquimista ejecutado, un golem
incompleto que un día iba a servir para perseguir la injusticia y la
herejía y que ahora había despertado merced de la blasfemia y algún
oscuro hechizo, que dos estúpidos de labios trabados por el vino
pudieron decir al azar. Su único objetivo ahora era matar, quitar de
su camino cualquier impedimento y regresar de nuevo a descansar, a
dormir en paz hasta su próxima misión.
Afortunadamente
para el resto de la ciudad, nuestros necios favoritos habían
despertado al bicho con intención de matarles a ellos mismos y no
con la intención de vengar a su creador, chamuscado ligeramente por
hereje, después de llevar puesto el San Benito durante semanas, por
aquello del escarnio y el vilipendio público que tan de moda estuvo
en ciertas épocas. Aquello habría sido una catástrofe, pero
afortunadamente para el resto del mundo, solo iban a morir ellos
mismos... o no. Porque ya puestos a jugar con las antiguas artes,
arrastrados por el vino, el resultado puede resultar, cuanto menos,
impredecible.
Mientras
caminaban a trompicones por la estrecha calle, un antiguo ser se
recortó al fondo y se mantuvo en pie observándoles desde lejos.
Nuestros dos rucios predilectos lo observaron también. Hecho que
condujo naturalmente a que se rieran a más no poder. Se rieron, y se
rieron hasta casi reventar, de aquel curioso ser de unos dos metros
treinta de altura y ciento noventa kilos de duro músculo. Con su
tórax como un toro, sus arqueadas piernas de gorila, sus ojillos
verdes inyectados en sangre con pupila rasgada y sus prominentes
colmillos de perro pachón, sin mencionar sus rústicas uñas de tres
centímetros capaces de cortar una armadura de aguerrido caballero
andante, como si fuera el envoltorio de aluminio de un bocata de
choped y por no hablar de la potencia de su espléndida musculatura,
cubierta de una ruda piel verdosa con extrañas llagas y costras. Y
por no hablar... en realidad, podríamos hablar mucho de este ser,
por ejemplo de su innata capacidad para arrancarte un brazo,
roncharlo y escupirlo en menos de tres segundos, pero no hablaremos
más de estas cosas, que me da repelús.
Quizá
si fuera Halloween y hubiésemos visto a semejante monstruo por la
callejuela, también nos habríamos reído un rato, y ademas le
hubiésemos echado plátanos para ver si come. Si se los come y no
pide güisqui para botellón, es mala señal.
En
cualquier caso, si yo hubiese sido uno de esos dos lelos, no me
habría reído tanto. Pero ellos, nuestros dos aventajados pollinos,
con su capacidad innata de buscar los problemas, pues sí. Rieron y
rieron y rieron y el bicho se acercó a ellos. Con un movimiento ni
rápido ni lento de su formidable brazo que abarcó de hombro a ingle
del primer memo, aparentemente no sucedió nada, así pues, siguieron
riéndose. Hasta que al primer infeliz ,se le salieron
silenciosamente las tripas y se extendieron por el suelo. Aquello ya
no debió hacerle tanta gracia, porque empezó a llorar. Mientras
lloraba e intentaba recoger sus tripas rebozadas de estiércol y
volver a metérselas dentro, su amiguete que ya no reía, y que tenía
los ojos tan abiertos que sus retinas reflejaban más luz que el
lucero del alba, intentó correr como pudo por la resbaladiza cuesta
que conformaba la callejuela. Su amigo intentó seguirle, pero se
enredó con sus propias tripas unos metros mas allá, donde cayó y
fue rematado por el inmisericorde golem, que lo desmembró en un
instante y amontonó sus restos en la puerta de una cuadra. No sin
antes relamerlos y mascarlos durante un rato. De echo, el infeliz,
estuvo vivo casi hasta el final y pudo ver de primera mano, como el
golem se tomaba un aperitivo con sus bracitos y piernecitas. Más o
menos como quien se toma unas alitas de pollo con un botellín o dos.
Cuando
el animalico se cansó de oír los gemidos del infeliz, que más bien
parecía un perro al que estaban pisando el rabo y no un payaso al
que se estaban merendando, le estrujó la cabeza como quien estruja
una lima para hacer mojito. El hueso al quebrarse sonó como un
trueno. La presión fue tan grande que los ojos estallaron y
salieron despedidos como los cantos de una honda. La bóveda del
cráneo colapsó y el cerebro licuado se escurrió entre las zarpas
del bichejo como si fuera argamasa fresca. Viendo el animalico que se
le había acabado la juerga, decidió amontonar la escoria y seguir
sus aventuras en pos del siguiente lerdo...
Mientras
un memo pasaba a buscar el cielo de los desventurados, el otro
corría, corría y corría. Las fantasmales calles, los relieves
esculpidos en la fría piedra de cientos de iglesias, las múltiples
leyendas que jalonan cada centímetro de la ciudad, la oscuridad
lacerante y la tormenta que se había cernido inadvertidamente
mientras su amigo era desmembrado no hacían mas que aumentar su
miedo. Corrió y corrió hasta que las fuerzas se le quebraron, la
fatiga se adueñó de su carne y el miedo que era dueño de su alma
ya no le pudo subyugar más. Mientras su cerebro ejecutaba un “reset”
duro y sus órganos luchaban por no estallar, cayó de bruces entre
los desechos que poblaban la calle y allí quedo tendido, entre
grandes estertores, arropado por la noche y el relente.
Al
romper el alba, mientras los vecinos retoman sus quehaceres
habituales; se uncían los rucios, se vaciaba el orinal, se almorzaba
panceta al calor de alguna brasa del día anterior. Una sirvienta
encontró muerto a un hombre en la calle. Su capa estaba enganchada
en los ornamentos de una recargada reja, estaba rebozado en
inmundicia y su cara tenía una expresión de tanto pavor, que las
mujeres no hacían sino persignarse y rezar, y los hombres guardaban
un profundo silencio mientras se dirigían miradas temerosas. Según
dijo el barbero, ese hombre había muerto de miedo.
Por
esa hora, su amigo se despertaba. A los pies de una hornacina, bajo
la mirada acusatoria de una virgen negra, nuestro protagonista
despertó. Apenas podía tenerse en pie, aterido por el frío, la
fatiga y la resaca, magullado, maloliente por las consecuencias del
miedo, y con un temor insondable alojado en su alma; puso rumbo a su
casa, bajo las miradas atónitas de cuantos encontró a su paso y
osaron mirarle a los ojos. Unos ojos que solo trasmitían un
sobrenatural vacío. Al día siguiente donó sus bienes a la caridad
e ingresó en uno de los múltiples monasterios que poblaban y
pueblan la ciudad, dedicando su vida a partir de entonces a la
oración, la caridad y el recogimiento.
Según
se supo después, por las buenas lenguas, que fomentan el rumor y la
leyenda: Nuestros dos personajes, cegados por el vino y tras
blasfemar contra todo lo humano y divino que se les pasó por la
mente, presas de una fenomenal cogorza y de las malas pasadas de la
noche, a cuya luz todos los gatos son pardos, todos los ruidos son
oscos y todas las sombras son fieras: Fueron llenándose de temor,
temor que no hacía más que acrecentarse cada segundo que pasaba.
Todos los mitos, leyendas, rumores, sentencias de fuego purificador
que atenazarían a los herejes de por vida, calaron en su alma. Todas
sus tropelías realizadas pasaron por sus mentes y se sintieron
irremisiblemente perdidos. Todo lo que oyeron, todo lo que vieron,
todo lo que pensaron y sintieron en esos minutos se transformó en
miedo. Un temor infinito y sobrenatural, una angustia marina salida
de las profundidades del mundo los hizo suyos. Al huir, uno murió de
miedo cuando su capa se enganchó a una gran reja de forja y éste se
sintió agarrado y preso de las criaturas del inframundo. Viscosos y
repugnantes seres salidos del lodo de la calle, que lo envolvían con
sus húmedos cuerpos para arrastrarlo a las profundidades del mundo,
donde el infierno eterno lo acogería de por vida, dándole cobijo y
tormento. El otro estuvo presto de hacerlo, pero la muerte no le
alcanzó y le salvó su cuerpo que perdió el sentido, o bien la
providencia, bajo cuyos pies despertó.
Lo
cierto amigos, es que en uno de los puntos más energéticos del
planeta, poblado desde el albor de los tiempos, y sede de la magia y
las artes adivinatorias, nadie puede saber con exactitud lo que bajo
nuestros pies se esconde. Es mejor por tanto, pensar lo que se dice e
intentar no despertar nada... por lo que pueda pasar...
FIN.
JUAN
CARLOS MANANERO LUCAS-VAQUERO
Edito: ¡Ya acabo el concurso! Siento comunicarles a mis "fans" que no hemos ganado esta rifa. Aunque su apoyo me ha sido de una inestimable ayuda, y el objetivo de dar a conocer este blog, se ha cumplido. Así pues no me queda mas que agradecerles su colaboración y entusiasmo, y por supuesto, la próxima vez ganaremos...
Y por supuesto, ya que estamos en Hallowen, aprovechen esta historia para leerla a la luz de unas velas. Aunque el grabado de mas arriba corresponde al golem de Praga, espero que el mas cercano de Toledo, no se despierte para darles caza...
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